Déjame Entrar por Scott Armstrong

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Recientemente he estado reflexionando sobre la manera en cómo evaluamos y entrenamos a nuestros misioneros Génesis (link). Como equipo, jugamos con el contenido de nuestros talleres e intentamos proveer experiencia práctica que también los prepare para sus dos años en una cultura diferente y en un contexto explícitamente urbano. Sin embargo, algo que sigue viniendo a mi mente es: ¿qué tiene de bueno el entrenamiento si los misioneros no tienen un deseo profundo de amar a los abatidos y quebrantados de corazón que están a su alrededor? Eso es algo que no podemos enseñar o incentivar en ellos.

La buena noticia es que, en casi todos los casos, nuestros misioneros Génesis están apasionados por servir a otros. Esto no es un servicio que viene bajo sus propios términos o de acuerdo con sus propias demandas; todos ellos poseen un deseo profundo de amar a Dios y a su prójimo. Recientemente he escuchado historias de nuestros misioneros limpiando exhaustivamente complejos de apartamentos en una temperatura de 38ºC, cargando niños enfermos y desnutridos, abrazando a y llorando con madres solteras abandonadas. Este tipo de ministerio requiere una disposición compasiva para caminar con una persona necesitada mientras atraviesa por situaciones terribles.

Hace poco leí esta sorprendente historia de G.K. Chesterton, un reconocido pensador y escritor cristiano:  

“Un hombre totalmente despreocupado sobre los asuntos espirituales murió y fue al infierno. Y sus viejos amigos lo extrañaban mucho. Su agente de negocios bajó hacia las puertas del infierno para ver si existía alguna posibilidad de traerlo de vuelta. Pero a pesar de que suplicó para que las puertas se abrieran, las barras de hierro nunca cedieron. Su sacerdote también fue y argumentó: ‘Realmente no era un hombre malo, con el tiempo habría madurado. ¡Déjenlo salir, por favor!’ Las puertas permanecieron obstinadamente cerradas ante sus voces. Finalmente, vino su madre; ella no rogó por su liberación. Tranquilamente, con un tono de voz peculiar, ella le dijo a Satanás: ‘Déjame entrar.’ Inmediatamente las grandes puertas se abrieron de golpe sobre sus bisagras. Porque el amor va a través de las puertas del infierno y ahí redime a los muertos.” (Cita de Ronald Rolheiser en La Espera Santa: La Búsqueda de la Espiritualidad Cristiana)

Nuestros misioneros no han firmado para una asignación fácil, y ellos saben con certeza que no tendrán unas vacaciones de dos años. Hay algo más que los llama a ir hacia los perdidos, los olvidados y abandonados. La evaluación y el entrenamiento son esenciales, pero cuando recibo reportes, como ha ocurrido recientemente, de su trabajo en los contextos urbanos de nuestra región, yo sé que algo más profundo que el entrenamiento los ha impulsado. El amor de Dios los ha llevado a las puertas del infierno, y ellos han pedido entrar. Y por ello, Dios está transformando el infierno en el cielo, justo en el corazón de esas ciudades.

 

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